El árbol de guayabas

En esta cuarentena me he dado cuenta de que en la colonia donde vivo hay un árbol de guayabas. No es un árbol muy grande o frondoso, pero es nuestro árbol comunitario. Está ubicado en la acera justo frente al portón de mi casa. Curiosamente, en los más de siete años que llevo de residir aquí nunca me había dado cuenta de su existencia. Seguramente, con la prisa con que uno transita en el diario vivir, debo haber pasado por su lado muchas veces, ya sea en carro o corriendo por las mañanas, y nunca me percaté que allí estaba.

Lo he denominado “árbol comunitario” ya que seguramente el dueño que lo plantó pensó que ese arbolito algún día sería un punto de apoyo para que aquel que se sintiera cansado se pudiera recostar en él; una sombra en donde pudiera refrescarse quien se sintiera agobiado por los rayos del sol, o simplemente para que sus frutos sirvieran para alegrarle el rato a los que pasen por su lado y tengan la destreza de poder alcanzar una de sus deliciosas guayabas.

El vecino pudo haber sembrado este árbol dentro del límite de su casa, para que todos los frutos cayeran en su jardín, pero no lo hizo. Hoy se lo agradecemos. Seguramente se dio cuenta que no se podría comer todas las guayabas que emanen de él. Pensó en el prójimo y lo dejó para los demás. Sencillo pero valioso ejemplo de vida.

Estos días ese árbol me ha regalado muchas risas y lindas memorias de mis tres hijas escalándolo para bajar sus frutas. Me ha permitido enseñarles que no hay que bajarlas todas sino únicamente las que estén listas para comer. Ensenarles que las más verdes y/o pequeñas se dejan para que sigan creciendo y en los próximos días le sirvan a alguien más. Que hay que bajar únicamente las que podamos cargar en nuestras manos y que estamos seguros nos vamos a comer ese día ya que hay pensar y dejarles a los demás vecinos, y especialmente a los pájaros que dependen, más que nosotros, de ellas y nos muestran sus huellas en las que dejan picoteadas.

Increíblemente, y siguiendo estas simples instrucciones, cada vez que hemos visitado el árbol en estos últimos días siempre nos hemos regresado con guayabas a casa, nunca se acaban.

Reflexionando me he quedado con estos pensamientos: Hay que sembrar para cosechar, y siempre hay que pensar en los demás. Haciendo una analogía, nuestro árbol de guayabas es nuestro país, nuestra gente, nuestra economía, nuestros empleos. Quizá no tenemos el país mas grande o la economía más potente, o los índices de educación y erradicación de la pobreza que quisiéramos, pero -al igual que ese árbol de guayabas que al principio me referí- es lo que tenemos y hay que cuidarlo.

Saliendo de esta crisis, y cuando se nos permita volver a trabajar, los jóvenes somos los llamados a la tarea de reconstruir nuestro país, su economía y correspondientes empleos. Contar con una población mayormente joven es nuestro atributo más importante, muchos países no cuentan con esta fortaleza y, por eso, se les hará más difícil recuperarse. Ahora es cuando nos toca a los jóvenes salir de frente. Sembrar para que los que vengan detrás nuestro puedan cosechar.

Hay un tiempo para sembrar y otro tiempo para cosechar, dice la Biblia. Ahora nos toca el tiempo de sembrar, por lo que recordemos las palabras de un poema que reza: “Si sembramos honestidad, cosecharemos confianza. Si sembramos bondad, cosecharemos amigos. Si sembramos humildad, cosecharemos grandezas. Si sembramos perseverancia, cosecharemos la victoria. Si sembramos consideración, cosecharemos armonía. Si sembramos trabajo duro, cosecharemos éxito. Si sembramos el perdón, cosecharemos reconciliación. Si sembramos paciencia, cosecharemos mejoras. Si sembramos fe, cosecharemos milagros”.

La cosecha dependerá de lo que cada uno de nosotros comencemos a sembrar.

Ánimos. Dios nos bendiga y proteja a todos.

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